PENSANDO CIUDAD INTERIOR

Mónica Nuñez

Me cuento el cuento de mi vida. Camino por el laberinto hablando solo. Todo me parece igual, monótono, indiferente a la piedad, a la ira, al cansancio, al entusiasmo, impasible ante el desprecio, el orgullo, el respeto… Quisiera que fuera de otra forma, pero es inútil. Esquinas cortantes, luz dura sombra negra, pasillos estrechos, repetitivo?… No. Quiero ver curvas, mírale, está harto de blanco, negro, sólido, cuadrado, masculino, deja de clamar por la suavidad. Quiero salir de aquí, ¿cómo será otra parte del mundo?… Imposible saberlo, contraste, vertical, cielo blanco, me choco, otra vez aquí? Me ahogo en mis pensamientos, océano gris de pasillos llenos de palabras, discurso agotador. Grito. Me sorprende el sonido de mi grito, pensado era potentísimo, desgarrador, de superhéroe y lo que oigo es agudo, dramático, casi estúpido. Deja de criticarte. Deja de maltratarte… La culpa, cuánto tiempo con ella? Ya basta. Me siento. Descanso. Cierro los ojos… Me acaricio la cabeza con el pensamiento. En el laberinto susurro tranquilo, tranquilo… Me sobra todo lo que aprendí? Consiste en olvidar? No puedo contestarme, camino y camino entre las palabras y los silencios, luces y sombras de mi ciudad interior, en la repetición encuentro tranquilidad, seguridad, estas estructuras me resultan acogedoras, mi encierro es atractivo, corro de un lado a otro, me escondo, juego en mi encierro y sueño con la libertad sin darme cuenta de que ya soy libre. Porque juego.

Laberinto de espacio lleno de voces. El lenguaje aquí no tiene sentido, los pensamientos se forman desdibujados en un amasijo y ya no sé lo que dicen. Cantan. Siento. Cierro los ojos y me siento. Mi conciencia se expande y atraviesa muros. Y vuelo. Vuelo?… Mira, mira la tierra, lo que ves es lo que eres, eres materia… y este silencio fuera. Eso soy. Soy lo que hay. Soy silencio excepto mis pasos, mi respiración. No. Luchas de la ciudad interior. Soy también lo que quiero ser. Donde quiero llegar, ese lugar también soy yo. Soy lo que siento, lo que pienso, la paz que busco…

Soy el único ser aquí. Me estoy buscando. Me pierdo aquí. Hasta cuándo? Cuántos soy? Cuántos entre los que fui, soy y seré… y que también son otros. Estoy donde estuve antes? He recorrido ya este pasadizo? Me resulta tan familiar, y a la vez… Dudo. Probablemente pasé, pero era otro, otro yo, un personaje, una idea hecha personaje, una edad. Me descubro mirando la existencia de otros seres, verdad o sueño es lo mismo, para mí son reales aquí dentro conmigo, les oigo, siento su calor. Veo pasar al niño que fui. Los niños que fui. Me quedo mirando extasiado. Recorren bosques encantados llenos de gnomos y hadas y niebla y verde y humedad bajo el sol frío del otoño. Cogen palos, están blandos y mojados. Los lanzan lejos al agua. Más lejos. Mucho más lejos hasta la cima de la montaña de más allá del lago. Los lanzan hacia arriba, tocan el cielo con ellos, voy a dar a esa nube. Trepan por las inmensas piedras y sueñan que son gigantes muy fuertes, saltan desde arriba y sueñan que vuelan. Y se me hace un nudo en la garganta mientras sonrío feliz. Aquí está contenida toda la belleza y la magia del ser humano. La duda ya no existe en él. Se borró. Es. Sin justificar y sin obligación. El es la causa de su vida, no la consecuencia y se ha topado inesperadamente con la belleza y quedó empapado en ella como si acabara de salir vestido del mar.

Yo. El. Porque la vida no es este laberinto, este laberinto es la mente. La vida es entrega, la vida es lo que transformo en mí, el cedro que formo de esta semilla. Y estos pasillos no son el mundo. El mundo es el milagro de la creación dentro de mi atadura.