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statement EL VACIO DE LA LOCURA – CARLOS CID

EL VACIO DE LA LOCURA

Bruno Galindo

Elementos inquietantes –pasillos en penumbra, cerraduras y tabiques, puertas acolchadas de eskai–. Una sordidez limpia o un desasosegador claroscuro. A veces una simétrica frialdad que hace perder al espectador la tranquilizadora certeza de la Unidad, a veces composiciones que llegan a conclusiones cubistas. 

Carlos Cid encontró el escenario de estas fotografías en Berlín, pero pudo haber sido Nuremberg, Arles o Mondragón. Los pabellones psiquiátricos rara vez alcanzan la categoría de celebridad, que en todo caso recae sobre sus moradores –argonautas de la sinrazón: Althusser, Artaud, Van Gogh–; respecto a ellos las sociedades se dividen entre el terror atávico y una fascinación que a menudo es tratada a la ligera. Tal vez el acierto de esta colección está en el posicionamiento equidistante y respetuoso entre ambos territorios: el de la luz y la oscuridad, la vida y la muerte, el espejismo y la realidad.

¿El vacío de la locura o la locura del vacío? Cid muestra lo justo: lo que queda cuando ya no queda nada. Cuando contemplamos los restos de una casa demolida encontramos una desolación de grifos y enchufes abandonados, de papeles pintados y sombras de escaleras que estuvieron y que conformaron el territorio cotidiano de decenas o centenares de habitantes. 

Algo parecido se siente en este espacio desconchado por el vacío que nos invita a visitar Cid, y que tiene en la plenitud no a su antagónico sino –he aquí una idea radicalmente taoísta– a un armónico socio. Al elegir este escenario (o al ser, tal vez, él elegido por el escenario), Cid –a veces con óptica kubrickiana – toca grandes temas, de los que solo saldrá ileso quien alguna vez se haya prescrito a sí mismo dentro de la categoría de los locos.  El oscuro espectáculo cósmico de un sanatorio vacío tiene tanto que ver con las luces y sombras de uno mismo: eso también está en las fotos. No se puede evitar la traslación del espacio exterior al interior. El edificio, vacío y pleno, es la mente. El Gran Encierro, que diría Foucault.