LA AUSENCIA

Michael Najjar

En la película de Jean Cocteau del mismo nombre, Orpheo pisa el imperio de los muertos, mientras que a través de un armario sobrepasa la vida real y entra en el hades. En la serie «la ausencia», de Carlos Cid, ocupamos con nuestros ojos espacios que insinúan sutilmente que el habitante ha pasado recientemente del mismo modo a través del espejo. El espejo es, en este caso, la fotografía misma.

Carlos Cid emprende en sus fotos un meticuloso almacenamiento de rastros, que el observador sigue con la mirada de la cámara a través de espacios vacíos, abandonados pasando por sillas, mesas, camas, armarios abiertos, perchas y viejas fotografías en blanco y negro. La fotografía misma se vuelve huella. 

Roland Barthes formula en su libro La cámara lúcida: «En cada acto de lectura de una fotografía está implícito un contacto con aquello que ya no está; es decir, con la muerte». 

Vemos una habitación vacía, las sábanas están retiradas y dobladas sobre el colchón azul claro. A la izquierda hay una caja de mudanza y a la derecha una escalera apoyada en la pared. Un espacio de tránsito hacia otro mundo. Sobre la cama hay colgado un retrato en blanco y negro de un joven. Un antiguo candelabro expande una luz estridente. Por todos lados en las paredes, tapizadas con motivos florales, hay colgadas fotografías que remiten a una luz caduca, la que una vez recayó sobre el negativo. De los techos cuelgan lámparas viejas, que remiten a la luz que una vez recayó sobre la persona que habitó estos espacios. Un interruptor de la luz se transforma en metáfora para la vida y la muerte.

Las composiciones, cuadro dentro de cuadro, muestran al difunto presente y ausente al mismo tiempo. La imagen del muerto se convierte en un simulacro, un memento mori fotográfico. Desde la invención del medio de la fotografía intentamos detener, a través de representaciones de espacios y su memorización, el flujo del olvido. El eterno intento de poner la fotografía a salvo del paso del tiempo es visualizado de forma muy consciente en el trabajo de Carlos Cid. Las fotografías cuentan de la caducidad de la vida y representan a su vez el paso del tiempo. Queda el extraño sentimiento de que el tiempo se ha quedado parado, pero que a la vez continúa pasando de forma vertiginosa.

La intensidad de las imágenes se debe entre otras cosas a que la fotografía connota en sí misma siempre la muerte de lo representado. Y como lo representado en la obra de Cid por sí mismo se refiere una y otra vez a la muerte, este efecto se duplica. De las imágenes emana la intensidad del vacío. Éste es signo y huella de la desaparición. Las imágenes dan al espectador la sensación de que una vez hubo algo, de lo que la fotografía es una huella. En las fotografías se unen lo pasado y lo perdido a una historia individual de la que surge identidad –un elixir de vida–. La palpable e insistente ausencia, casi tangible es el mensaje sans code, los objetos dejados atrás son, al contrario, el message connoté. 

Carlos Cid consigue algo extraordinario, transfiere la muerte, implícita en cada una de las fotografías universales, a la conciencia de nuestra propia muerte. Y al final llegamos en cada búsqueda de huellas al mismo fin –a nosotros mismos. Las fotografías de Cid oscilan entre la poesía y la austeridad, la soledad y la esperanza en una vida que, después de traspasar el espejo, deja más cosas atrás que un par de perchas vacías.